El poder de una pregunta

En una escuela urbana, llena de murales coloridos pero con pasillos ruidosos, un profesor veterano notó que sus alumnos se mostraban desmotivados.


—No quieren aprender —comentó durante la reunión docente—. Ya intenté todo. Videos, juegos, debates… nada funciona.
Una maestra más joven, que escuchaba con atención, le preguntó:
—¿Ha probado preguntarles qué quieren aprender?
El profesor se sorprendió ante aquella pregunta simple.
—¿Y si dicen cosas que no están en el programa? —dijo, intrigado.
—Entonces tendrá la oportunidad perfecta para enseñarles que el conocimiento también se construye —respondió ella.

Intrigado, el profesor decidió experimentar. Al día siguiente, escribió en la pizarra:
“¿Qué les gustaría aprender esta semana?”
Los estudiantes, entre risas y curiosidad, comenzaron a sugerir ideas: “¿Cómo hacen las películas los efectos especiales?”, “¿Por qué soñamos?”, “¿Por qué las plantas crecen hacia arriba?”.

El profesor tomó una de esas preguntas y la convirtió en el eje de la clase. Investigaron juntos, midieron, observaron, escribieron hipótesis y hasta simularon experimentos.
Poco a poco, el aula se llenó de energía y propósito. Los estudiantes aprendían sin advertirlo, impulsados por su propia curiosidad.

El viernes, uno de los alumnos se acercó y dijo:
—Profe, ahora entiendo que aprender puede ser divertido… si uno siente que participa.

El profesor sonrió, comprendiendo lo que antes había olvidado.


Moraleja: La mejor enseñanza no impone respuestas, despierta preguntas.

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