
En una escuela ruidosa del centro de la ciudad, el profesor Gómez entró corriendo a la sala de profesores con cara de susto.
—¡Ayuda! ¡Mi grupo de quinto se ha vuelto incontrolable! —gritó, agitando un borrador lleno de polvo.
La directora, una mujer serena que había visto de todo, lo miró por encima de sus gafas.
—Cuénteme, ¿ha intentado explicarles la importancia de la disciplina?
—Sí, pero mientras lo explico están jugando a “quién hace más ruido con el pupitre”.
—Interesante —respondió ella, pensativa—. Mañana iré a su clase. Pero no a observar… sino a participar.
Al día siguiente, la directora apareció con una gorra colorida, unos lentes gigantes de juguete y una campanita.
—Buenos días, grupo. Hoy aprenderemos matemáticas… pero con ritmo —anunció, golpeando la campanita.
Los alumnos se miraron entre risas.
—¡Vamos a cantar la tabla del 7 como si fuera un rap!
Y allí estaba la directora, marcando el ritmo con el borrador y moviendo la cabeza como si fuera DJ.
El profesor Gómez observaba, boquiabierto, cómo los niños repetían multiplicaciones mientras reían sin parar.
Cuando terminó la clase, todos sabían la tabla del 7 de memoria.
El profesor, aún sorprendido, se acercó a la directora.
—¿De verdad ésa era la solución?
Ella sonrió.
—La disciplina no siempre se gana con silencio… a veces se conquista con alegría.
Desde ese día, el profesor Gómez cambió su frase de “guarden silencio” por “¡a ritmo de Gómez vamos a aprender!”.
Moraleja: El humor no quita el aprendizaje; lo hace inolvidable.
